martes, 19 de abril de 2011

Cernuda, Sevilla y la Primavera


Hace poco, paseando por Sevilla, y en ese estado de deliciosa embriaguez que te deja  un buen libro, recordé como contaba  Luis Cernuda la  imperiosa necesidad de expresar con palabras su percepción del mundo.




"Hacía entonces el servicio militar y todas las tardes salía a caballo con los otros recluta, como parte de la instrucción, por los alrededores de Sevilla; una de aquellas tardes, sin transición previa, las cosas se me aparecieron como si las viera por vez primera, como si por primera vez entrará yo en comunicación con ellas, y esa visión inusitada, al mismo tiempo, provocaba la urgencia expresiva, la urgencia de decir dicha experiencia".


Armada de los poemas del sevillano mas recóndito, profundo y difícil anduve por el barrio de Santa Cruz, y los esplendidos jardines del Alcázar, esperando ver con sus mismos ojos los lugares que amó. Esperando contra toda razón alcanzar el mismo grado de lucidez, sabiendo que la necesidad nos es común a muchos pero el talento lo entregan dioses cicateros y caprichosos.


 Allí, en el absoluto silencio estival, subrayado por el rumor del agua, los ojos abiertos a una clara penumbra que realzaba la vida misteriosa de las cosas, he visto cómo las horas quedaban inmóviles, suspensas en el aire, tal la nube que oculta un dios, puras y aéreas, sin pasar”;


"...En el trance final su mente se volvía
A la dicha más pura que conoció en la vida

Ver la flor que abre, su color y su gracia".


 "Más tarde habías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarse de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada”.

"Escondido en los muros
Este jardín me brinda
Sus ramas y sus aguas
de secreta delicia"


Para un andaluz, la felicidad aguarde siempre tras un arco




"La voz de la guitarra se iba perdiendo calle arriba, callándose al doblar la esquina." 

"Acudía sonriente Francisco el jardinero, y luego su mujer. No tenían hijos, y cuidaban de su huerto y hablaban de él tal que fuera una criatura. A veces hasta bajaban la voz al señalar una planta enfermiza, para que no oyese ¡la pobre! cómo se inquietaban por ella. (El huerto)

Cuando Cenuda se traslada a Madrid, hastiado del espíritu provinciano y beato de una ciudad que se mira a si misma como un narciso, pagada de su belleza, ajena al mundo exterior. Buscando el lugar que le permita aunar realidad y deseo pero, hombre contradictorio y siempre insatisfecho, escribe..."poder observar los objetos distantes con tanta nitidez de contornos me producía cierta tristeza, cuya causa no sabía entonces y hoy sí.Porque me faltaba por primera vez la caricia envolvente, la amorosa protección del aire.

Todo cuanto he escrito en esta entrada es merito sobre todo de un libro extraordinario de ANTONIO RIVERO TARAVILLO, cuyo título "Luis Cernuda, años españoles (1902/1938)", me hace estar esperando ya el siguiente, el de los años del exilio. Ese libro, una cámara de fotos que siempre va conmigo y que funciona casi sin mi ayuda, más una ciudad que se desborda en primavera hicieron el trabajo. 
        




viernes, 8 de abril de 2011

Pequeño Titanic


Me enternecen las ruinas, los despojos, los recuerdos de la belleza arrebatada por el tiempo. ¡Qué bonito debió ser este barco! Y ¡qué hermoso reflejo dibuja en el agua!.