¿Se pueden llevar dos vidas paralelas y esperar que no se crucen en ningún momento? ¿Puede una persona correr un velo sobre el pasado y pretender que en una vuelta del camino los fantasmas no le asalten? Y, si esto es posible, ¿Cómo puede esperar de los que viven en la obscuridad, un mínimo de caridad y compasión?
Así da comienzo el libro “Mi padre y yo” y es, desde luego, una de esas frases que te atrapan e impulsan a continuar. Es, además, el más raro que he leído en mucho tiempo. Y digo raro no sólo por el tema y la manera en que se va desarrollando la historia, sino también porque posee la calidad de lo genuino e intemporal. Y a ello debe contribuir en gran medida que es una obra póstuma. No hay miedo a los interrogantes, ni tema que esconder bajo la alfombra.
“La gente de la localidad no estaba acostumbrada a ver casas habitadas por un grupo tan extraño como aquél, formado por un adinerado aristócrata extranjero de ojos más bien saltones y dos jóvenes extraordinariamente guapos, y alguna chismosa…”
No apto para pusilánimes, ese era el título que pensaba poner a esta entrada. Las memorias se narran con humor negro, patibulario, y crudo, carente de romanticismo, que se mueve en los límites de la pornografía y a pesar de ello no destila ni un gramo de amargura, sólo la perplejidad de quien descubre tarde una parte esencial de su biografía. Lo que ya se intuye en el párrafo inicial va yendo y viniendo en capítulos que fluyen aparentemente con una cronología caprichosa y saltarina, para desembocar en una soledad desgarradora.
“El accidente fue mi hermano mayor, “Dio la casualidad que ese día tu padre se había quedado sin preservativos”, comento la tía Bunny con su risa de taberna…En todo caso la llegada de mi hermano no habia sido planeada ni deseada y se hicieron esfuerzos, probablemente rudimentarios, por impedirla"
Asistimos a una representación teatral de irreprochable moralidad pero que tras bambalinas esconde comportamientos que la constreñida sociedad inglesa abomina. (y cualquier sociedad de la época, diría yo). La homosexualidad del autor y su búsqueda del amigo ideal, ese que no existe, en muchachos de la clase trabajadora, nunca en gente de su mismo estrato social, no es más que el deseo de moldear, y la manifestación de su insatisfacción. Tan imposible es encontrar ese amigo “perfecto” que finalmente es un animal el que aliviaría la soledad del autor.
"Se podría decir que todo empezó con un muñequito negro y terminó y con una perra loba. Entre uno y otra pasaron varios centenares de chicos, la mayoria de clase baja..."
Ackerley respeta profundamente a su padre, pero no sabe nada de su doble vida, de la segunda familia, de las hermanas, del pasado que se le abre desconcertante y turbio. No hay reproches a la forma en que eligió vivirla. Sólo el lamento de no haberlo sabido a tiempo. Es tremendo el momento en que aprende que ha vivido una historia falsa, con mentiras que arruinan su pasado, convirtiendo sus recuerdos en fantasmas.
“Mi relación con mi padre estaba en ruinas, no lo había conocido en absoluto”
Afortunadamente los hechos se cuentan cómo fueron en realidad. Con la valentía del que se sabe débil y al cabo del tiempo se perdona a si mismo, y a los demás. Sin heroicidades, sin mentiras, sin medallas que no se ganaron. Nada de hagiografía, más bien todo lo contrario, J.R Aycrod se describe con despiadada realidad. Y eso es de agradecer.
Por supuesto esto es sólo una recomendación y un esbozo. Me parece criminal destripar el libro y robar el placer de la lectura a los que se asoman a él. Son únicamente mis impresiones un tanto deshilachadas, tras la primera lectura. Y para prologuista ya tiene uno de lujo. Javier Marías, Rey de la Redonda, le hace los honores. No se lo pierdan.
J.R. Ackerley es el autor del libro "Mi padre y yo". Editorial Anagrama de la colección "otra vuelta de tuerca". Del mismo autor "Mi perra Tulip" en la misma editorial. Ya me contaran.